Se podía decir que Marta había cumplido su sueño. Había fundado su propia editorial e, incluso, se había convertido en una escritora reconocida, a pesar de la inicial reticencia de su padre.
Su vida personal, por otro lado, estaba bastante lejos de ser la soñada. Casada con un hombre al que no amaba y a quien veía unos escasos días al año, Marta se sentía hundida en la monotonía y en la soledad. A modo de escape, comenzó a escribir su último libro, de gran éxito entre los lectores, donde la protagonista vivía ese amor profundo y libre con el que ella solo podía soñar.
Por suerte, cuando en la firma del libro conoce a Fina, una chica que solo acompañaba a su amiga, descubre que sus anhelos no tienen por qué vivir atrapados entre las páginas que escribe.
Porque, en ocasiones, el dulce y el picante son la mejor combinación.
Marta de la Reina se ha acostumbrado a mantener una existencia apagada dentro de esa jaula de oro en la que su familia la colocó el día en que nació. Siempre ha disfrutado dando golpes a los barrotes dorados, doblándolos a su antojo, pero sin llegar a romperlos nunca.
Lo que jamás se hubiese esperado es que el golpe de gracia, el que lo cambiaría todo, vendría de la mano de unos bollos suizos, unos ojos de color imposible y una sonrisa capaz de derretir la más fría de las corazas.
Y es que, a veces, el dulce amarga y el picante reconstruye nuestro mundo desde cero.