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Adhara, con sus cabellos rojos como llamas, cruzó el umbral entre los mundos. El aire cambió, y la luz se volvió más suave, como si el sol mismo sonriera al recibirla. Ante ella se extendía un mundo de maravillas, un lugar donde los sueños y la realidad se entrelazaban.
El Jardín de los Susurros era un paraíso de colores vibrantes y fragancias embriagadoras. Flores exóticas se alzaban en espirales, sus pétalos como gemas translúcidas. Adhara caminó por senderos de piedras iridiscentes, sintiendo la energía de la tierra bajo sus pies descalzos.
Los árboles aquí eran diferentes. No retorcidos ni oscuros, sino altos y esbeltos, con hojas que parecían susurrar secretos al viento. Sus troncos estaban cubiertos de musgo plateado, y sus raíces se entrelazaban en patrones mágicos. Adhara se preguntó si podía entender su lenguaje.
A lo lejos, una fuente de agua cristalina brotaba de una roca tallada con símbolos antiguos. Adhara se acercó y bebió, sintiendo cómo la claridad del líquido llenaba su mente. ¿Qué secretos ocultaría esta fuente? ¿Qué deseos cumpliría?
Y allí, al borde del jardín, estaba él. Aelius, con ojos verdes como las hojas de los árboles. Su sonrisa era un enigma, y su mano extendida la invitaba a explorar este mundo nuevo. Adhara no sabía si era la codicia o el amor lo que la había traído aquí, pero estaba dispuesta a descubrirlo.
En el Jardín de los Susurros, los suspiros del viento eran melodías, y las sombras danzaban con luz propia. Adhara y Aelius se adentraron juntos, dispuestos a enfrentar los misterios que aguardaban. ¿Quién quería matarla? ¿Qué venganza se cernía sobre ellos?
Solo el jardín sabía las respuestas, y Adhara estaba decidida a escuchar cada uno de sus susurros.
4 millonarios con una vida jdida sin que los puedan hacer cambiar hasta cuándo llegan sus 4 chicos uno a cada uno haciendo que los traten como reyes volviéndose unos locos sin explicación y viviendo de lujos y todo hasta que llegan al límite de ser los más buscados de la ciudad