Cada vez que llovía, la sala de emergencias se llenaba porque siempre ocurrían accidentes. Parecía insensible desear que lloviera o, peor aún, que ocurriera un accidente, pero no suena tan descabellado cuando la persona que amas es la que necesita un órgano para poder vivir. La desesperación siempre tiene formas extrañas de manifestarse. Cada vez que alguien llegaba a emergencias al borde de la muerte, no podía evitar alegrarme ante la tragedia porque solo así podía albergar una pequeña esperanza de que mi ser amado tuviera una oportunidad de seguir viviendo. Esa alegría teñida de dolor me hacía sentir culpable, pero también desesperadamente humana.