No todo es lo que parece en el epílogo:
En un mundo gobernado por demonios, donde los humanos sobrevivían no por poder o riqueza, sino por el valor de su sangre, la oscuridad reinaba en cada rincón. Las almas se perdían con facilidad en un ciclo interminable de maldad y desesperanza. Sin embargo, en medio de las sombras, existía un destello de luz, una chispa de pureza que resonaba más fuerte que el caos: Kira.
Kira, la única gota de inocencia en un océano corrupto, era un enigma para todos. Su sangre, pura y sin mancha, atraía tanto el anhelo de salvación como el deseo de destrucción. Bella, con una sabiduría que la hacía destacar entre los humanos, parecía intocable. Pero como toda flor perfecta, tenía sus espinas ocultas. Su fragancia escondía una oscuridad profunda, un deseo prohibido, una tentación capaz de quebrar hasta al demonio más vil.
Y fue precisamente ese demonio, el que durante siglos había dominado la tierra con mano de hierro, quien cayó víctima de su encanto. Sus ojos celestiales lo arrastraron a un abismo del que jamás podría escapar, y sus labios, tan ardientes como el mismo infierno, lo encadenaron en una prisión de lujuria y anhelo. Ella, una monja juramentada al servicio de la luz, se convirtió en su mayor tentación, una fuerza más poderosa que cualquier droga, una sed insaciable.
La batalla entre el bien y el mal ya no se libraba en el campo de batalla, sino en el corazón de Kira. Mientras el mundo se desmoronaba a su alrededor, un nuevo conflicto se alzaba: el deseo oscuro de Kira por el demonio, y su lucha por no sucumbir al placer que amenazaba con consumir su alma.
Tentación... Una oscuridad que retenía.
Una monja. Un demonio. Y un destino que ninguno de los dos podría evitar.