Las noticias anunciaban que la guerra había terminado en todo el mundo, sin embargo, aún quedaba un pedacito de mundo que muchas veces no lo era, donde la guerra se vestía de hábitos y se pregonaba con una fuerza tan avasalladora que terminó siendo en la voz de todos. Los hombres habían dejado de serlo y se habían convertidos en breves ocasos de esa palabra llena de cicatrices que se nos repetía a diario, mientras las mujeres ya no lo éramos más, ya que habíamos perdido cada uno de los colores que nos distinguían. Por lo que la guerra no solo había dejado una herida en cada uno de nuestros corazones, sino que también nos convirtió en sombras que le dábamos la cara al sol y la espalda a la luna.
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