7 parts Ongoing Desde que George Russell había firmado como piloto principal para Mercedes, su vida se había vuelto un torbellino de carreras, compromisos y expectativas. Pero en medio de todo ese ruido y velocidad, había una constante que le mantenía los pies en la tierra: Lando.
No era piloto. No era parte de ningún equipo. No era una celebridad.
Era simplemente Lando Norris, su Lando.
El chico de la sonrisa amplia, las manos cálidas y el corazón que latía con el suyo.
Cada carrera, sin importar en qué circuito estuvieran -Silverstone, Mónaco, Suzuka o Brasil- Lando estaba ahí. A veces entre el público, otras veces entre los pasillos del hospitality de Mercedes, donde había aprendido a moverse discretamente para no llamar demasiada atención. El equipo lo conocía, claro, y le tenía cariño. Sabían que para George, verlo antes de subirse al coche era tan esencial como ponerse el casco o el mono ignífugo.
Se había vuelto una pequeña tradición secreta:
Justo antes de cada carrera, escondidos en uno de los rincones más apartados del hospitality, George buscaba a Lando.
Y siempre, siempre, lo encontraba.
Con una sonrisa. Con los ojos brillando de orgullo.
Con los brazos abiertos.
-¿Listo, campeón? -preguntaba Lando, acariciando la mejilla de George.
-No sin ti -respondía George, en un susurro casi reverente.
En esta Historia Lando no es piloto de fórmula 1