En un reino lejano, una jovencita desterrada injustamente se arrastraba por la nieve, sus lágrimas congeladas pidiendo clemencia a los cielos. Su voz, débil y quebrada, apenas se escuchaba en el frío implacable.
Un día, mientras el viento ululaba a través de los árboles desnudos, un príncipe formidable, el único de su estirpe, se apiadó de la pequeña alma perdida. Sus ojos, llenos de compasión y nobleza, vieron más allá de su aspecto frágil y decidió llevarla a su hogar, donde el calor y la seguridad aguardaban.
En su majestuoso castillo, el príncipe le mostró un mundo de maravillas y conocimientos. Le reveló los secretos de su reino y, reconociendo la fuerza oculta en su corazón, le pidió que peleara a su lado
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