En el mundo de las hadas existen solo tres reglas. La primera es que no puedes contarle a nadie sobre la existencia de nuestra especie. La segunda es que solo tienes dos deseos concedidos por tu hada madrina antes de cumplir los 18 años de edad. Y la tercera es que no puedes establecer una relación con los muertos. A Clara le daban igual todas estas reglas; nunca le llamó la atención ninguna de ellas. Había dejado su vida como hada una vez que compartió su vida con los humanos, ignorando todas sus costumbres e ideas, hasta que pasó algo que la dejó destrozada. Su mejor amigo Sam había muerto; dejando a Clara con el corazón vacío. La soledad la llenaba, tal y como estaba lleno el cuerpo de Sam. Sus brazos ya no podrían abrazarlo ni sus lágrimas borrar. Su último suspiro fue robado y él ya no le podría volver a hablar. En busca de compañía, Clara buscó a su hada madrina para poder usar sus deseos. Pero el tiempo no era su mejor aliado; tenía una semana para hacerlo antes de cumplir los 18. Ella solo necesitaba un poco más de tiempo para poder pasar ese último día con él y saber el porqué de su decisión. No importaba si rompía una de las reglas de las hadas; solo necesitaba usar su último deseo para poder poner un final.
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