Desde el primer día de clases, era evidente que Alejandro y Patricia no se llevaban bien. Él, con su actitud despreocupada y comentarios mordaces, parecía disfrutar provocándola. Ella, no soportaba su arrogancia.
Sin embargo, bajo esa superficie de rivalidad, había algo más profundo, algo que ambos se negaban a reconocer. Poco a poco, entre discusiones y miradas desafiantes, empezaron a surgir momentos de comprensión y vulnerabilidad. A veces, una simple palabra o un gesto inesperado revelaba destellos de sus verdaderas personalidades, mostrando que había más en ellos que solo lo que se veía a primera vista.
Un proyecto en parejas, asignado por el profesor con la intención de fomentar la colaboración, se convirtió en el catalizador de su transformación. Obligados a tener que hablarse, Alejandro y Patricia, comenzaron a descubrir que, detrás de las diferencias y resentimientos, compartían sueños, miedos y una pasión común por el arte. La barrera de odio que habían construido empezó a desmoronarse, dejando espacio para una conexión más sincera y profunda.
Así, lo que comenzó como una relación de enemistad, se transformó en una historia de amor inesperada y poderosa. Alejandro y Patricia aprendieron que, a veces, las personas que menos soportamos al principio son las que más necesitamos, y que el amor puede encontrarse en los lugares más insospechados.