En un elegante y apacible barrio residencial, en una casa de altos muros y jardines cuidados con esmero, vivía Lookkaew, una joven de buena familia tailandesa. Como hija única, había sido criada con mimos y atenciones por parte de su madre, mientras que su padre, con su mirada severa y exigente, había marcado un rumbo estricto para su vida.
Al cumplir la mayoría de edad, Lookkaew se adentró en el mundo universitario, un lugar donde las ideas y sensaciones bullían en su mente de manera intensa. Fue entonces cuando empezó a sentir algo diferente, algo que no podía explicar del todo. La confusión y la curiosidad se mezclaban en su ser, y era en las miradas furtivas hacia algunas compañeras de clase donde encontraba respuestas a sus cuestionamientos internos.
Ante la incertidumbre y el deseo de explorar este nuevo mundo que se abría ante ella, Lookkaew decidió dar un paso arriesgado. Tras mucho pensarlo, se armó de valor y tomó el teléfono para llamar a una agencia poco convencional: una agencia de gigolós. Sin embargo, en un giro del destino, en lugar de solicitar los servicios de un hombre, decidió pedir algo diferente: quería conocer a una mujer.