Cuando la corona de su madre fue puesta en su cabeza, vio como sus tres hermanos pequeños lo observaban fijamente con los ojos asustados de niños que perdieron todo en la guerra. Y entonces Jace lo supo, no sólo era el Rey, era la cabeza de la casa Targaryen, y tendría que ser la figura paterna de Joffrey, Aegon y Viserys. Pero esos pequeños monstruos... Llevar un reino parecía más fácil que llevar esa familia que cada vez se desmoronaba más y más. Jace ya estaba perdiendo la paciencia y las esperanzas, cuando de pronto con flores lanzadas en su rostro, una explosión de chocolate y la risa de sus hermanos llegó la solución. Lady Brianna Tyrell había evitado que una septa golpeara al príncipe Viserys luego de una broma de mal gusto, y de paso se había ganado el respeto de los tres niños y la atención de Jace. Desesperado por su situación, el Rey le ordena a la chica quedarse en la capital, unirse a la corte de la Fortaleza Roja y ponerse al servicio de sus hermanos esperando haber encontrado al fin alguien que los pudiera controlar sin saber que ahora tendría a una persona más para sacarlo de quicio y hacerlo enojar.