Kael, un caballero endurecido por las batallas, lleva consigo una profunda desconfianza hacia la nobleza. Su experiencia en la guerra le ha enseñado que el poder corrompe, y cada vez que se cruza con un noble, siente que su vida está en peligro. Por otro lado, Isolde es una princesa idealista que ha crecido rodeada de lujos pero también de expectativas. Anhela la libertad y la autenticidad, y su corazón late con fuerza por el deseo de cambiar el mundo que la rodea.
Cuando se encuentran por primera vez en el bosque, Isolde está disfrazada como una aldeana para escapar de las restricciones del castillo. Kael, al verla, no puede evitar sentirse atraído por su belleza y su espíritu indomable. Sin embargo, al descubrir su verdadera identidad, siente una mezcla de rabia y decepción. Para él, Isolde representa todo lo que desprecia: el privilegio ciego y la falta de comprensión del sufrimiento del pueblo.
Isolde, por su parte, queda fascinada por la fortaleza y la pasión de Kael. Pero a medida que se conocen más, comienza a ver su lado más oscuro: su rencor hacia la nobleza y su inclinación a rechazar cualquier forma de amor. Esta naturaleza combativa provoca en ella tanto admiración como frustración; desea ayudarlo a sanar sus heridas emocionales, pero él se niega a abrirse.
A medida que avanza la trama, su relación pasa por altibajos intensos. En momentos de cercanía e intimidad, ambos sienten una conexión profunda que desafía sus prejuicios. Sin embargo, cada vez que surgen conflictos o decisiones difíciles, el odio resurge. Kael no puede evitar recordarle a Isolde lo distante que está de la realidad del pueblo al que debería servir como reina. Isolde, a su vez, le reprocha su incapacidad para dejar atrás el pasado y confiar en ella.
Una extraña obsesión.
No supo cuando ni como empezó, era extraño que cada vez que lo veía sus instintos se ponía a flor de piel.
Su nombre era Daenerys Targeryen, y su vida había estado marcada por una obsesión silenciosa pero profunda: Jacaerys Velaryon.
Pero, como las olas que golpeaban la orilla, su obsesión se estrellaba contra la dura realidad de que Jacaerys parecía tan distante e inaccesible como el horizonte mismo.