Era gracioso como el destino parecía odiarlo, dificultandole hasta algo tan banal como el amor. Parecía una maldita broma, una de muy mal gusto. Cupido jamás escuchó sus plegarias, parecía tener hasta algo personal en su contra. Durante años jamás conoció algo cálido y amoroso pues su hogar contaba con todo menos ese sentimiento. Se sentia vacío, sin ganas de seguir pero entonces alguien llego a su vida, otra alma a la cual cupido había abandonado. -¿Porque seguir las leyes del amor cuando nosotros podemos imponernos sobre el?- Fueron las palabras curiosas y coquetas llenas de significado que le hicieron ver algo más, una esperanza o quizás una nueva oportunidad de finalmente llenar de felicidad su oscura existencia. Ambos eran seres oscuros, embullidos hasta el alma en las artes tenebrosas pero, eran a su vez, dos pobres demonios a los que el dios del amor jamás había recibido en su puerta. Sus plegarias nunca fueron escuchadas, por eso ellos iban a encargarse de romper por completo lo que la sociedad dictaba como amor predestinado.