Opacarofilia. Un término que revela una fascinación genuina por el ocaso, un fenómeno que no solo deleita la vista, sino que conecta con nuestras emociones más íntimas, envolviéndonos en una sensación de paz y bienestar. Él había leído esa definición en algún rincón de Internet, y aunque no recordaba las palabras exactas, sabía una cosa con certeza: amaba los atardeceres. No importaba dónde estaba ni qué estuviera haciendo, todo quedaba en segundo plano cuando llegaba ese momento. En esos instantes, el mundo se desvanecía, y solo quedaba la quietud, la calma que venía con los últimos rayos del sol. Con un suspiro, apartó a un lado su libreta, resignado ante la falta de inspiración. Dejó que la luz dorada bañara su rostro, permitiendo que la tranquilidad se filtrara en su interior después de un largo día. Con un gesto pausado, cambió la canción que sonaba por una que encajara mejor con el momento. Finalmente, se decidió por una de sus canciones favoritas: "Quedará en nuestra mente" de Amaia Romero. Era su pequeño ritual diario, un homenaje personal al ocaso. Pero esa tarde, al levantar la mirada de nuevo hacia la ventana, algo rompió la rutina. Algo, o más bien alguien, capturó su atención. Por primera vez, el sol dejó de ser lo más interesante para él. Había descubierto una nueva belleza en ese atardecer, una que no desaparecería con la llegada de la noche. La canción de fondo no podía ser más oportuna: "Quedará en nuestra mente." Y tanto que quedaría en su mente. Aquella visión, aquel instante, marcaría el comienzo de algo que él no podía prever, pero que sin duda cambiaría todo.
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