Lucifer, siempre viendo la vida como un juego, no puede evitar burlarse de la idea de que el demonio de la radio, con toda su astucia y ambición, sea tan ingenuo como para intentar cortejar al mismísimo rey del infierno. Con los años, y debido a las circunstancias forzadas por Charlie, Lucifer ha llegado a conocerlo mejor. Sabe que Alastor tiene un propósito claro: no busca amor ni conexión, sino poder. Su meta es ascender, de simple pecador a algo mucho más alto: el consorte del rey. Pero Lucifer no tiene intención de permitirlo.
Por otro lado, Alastor, alguien que nunca ha experimentado amor, especialmente en su forma más pura o romántica, decide seguir un enfoque diferente. En su particular estilo, opta por un gesto más tradicional: solicitar el permiso para conquistar al rey, así que busca un vínculo más cercano, su propia hija, Charlie.
Ambos entran en un sutil juego de estrategias y emociones. Uno muestra sonrisas tan sinceras que al otro le parecen máscaras; mientras que el otro oculta cada sentimiento detrás de una fachada de indiferencia. Así, danzan en círculos, atrapados en un tira y afloja donde las intenciones y los corazones chocan.
Pero, como siempre, Lucifer se da cuenta demasiado tarde. Ha vuelto a hacerlo. Ha alejado algo que, aunque no quisiera admitirlo, le trajo un instante de felicidad. Ha perdido algo que, en el fondo, nunca llegó a poseer.