La vida es tan compleja que, cuando se es un niño, se desea convertirse en adulto para liberarse de horarios para dormir, pedir permisos, comer dulces sin restricciones y no ir a la escuela. Es gracioso y a la vez dulce que los más pequeños piensen que ser adulto les daría una gran ventaja.
Pero lo cierto es que, al llegar a la adultez, a menudo se añora la infancia, deseando poder volver a esos tiempos con la ilusión de dormir sin preocupaciones, sin gastos ni trabajo, solo con la simpleza de la escuela y la compañía de amigos. Los niños no conocen traiciones ni mentiras; son más sinceros.
Irónico, ¿verdad?
Mientras los niños anhelan crecer rápidamente, los adultos anhelan regresar a su niñez. Así es la naturaleza humana: siempre deseando lo que no se puede tener. A veces, la vida es injusta, arrebatando a algunos niños toda la inocencia de forma cruel y denigrante. Algunos niños no quieren crecer de la noche a la mañana.
Algunos preferirían seguir creyendo en la magia y temiendo a los monstruos debajo de sus camas, en lugar de descubrir que un monstruo puede tomar la apariencia de un humano, actuando de manera convincente para engañar a otros, pero revelando su verdadera naturaleza cuando no hay nadie para detenerlo.