En un tiempo ya olvidado por los libros de historia, en un reino apartado del bullicio del mundo, se tejió una maldición tan poderosa que cambió el destino de cada mujer nacida bajo su cielo. Durante generaciones, las cuna de las grandes bellezas se mantuvo vacía, como si la gracia de la naturaleza hubiese cerrado sus puertas a estas tierras. Sin embargo, la naturaleza, en su sabiduría, permitió que una excepción sobreviviera: aquellas mujeres cuyo destino estuviese sellado por la soledad, aquellas que nunca conocerían el abrazo del amor terrenal, quedaban fuera del alcance de la maldición. Así, en este pequeño reino, la única belleza que florecía era la de las santas, aquellas mujeres destinadas a la devoción y al servicio divino. Nuestra historia comienza con una de esas santas, una sacerdotisa cuyo semblante iluminaba las noches más oscuras y cuyo corazón, aunque puro y entregado, se vería atrapado en un dilema imposible. Dos hombres poderosos, el Duque del reino y el Príncipe heredero, encontraban en ella algo más que devoción: un amor prohibido, inalcanzable, que pondría a prueba no solo su fe, sino también las reglas mismas del destino.
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