Fue capturado. Aunque luchó con uñas y dientes, nada lo salvó de sucumbir ante la droga de los humanos. Sus extremidades se sintieron ligeras como plumas, densas como el agua. No pudo controlarlas, no pudo hacer nada para salvar su vida. No era la muerte lo que lo aguardaba; era un destino mucho peor. Alguien pateó su cuerpo, obligándolo a cambiar de posición. En un momento de sobriedad, su visión se despejó, dejándolo reconocer el cabello platinado, los ojos pequeños, la curva gruesa de los labios, los lunares. ¿Un salvador? No. Los sonidos también se despejaron. La voz del capitán Kim Hongjoong vibró en su caja torácica como si estuviera a tres centímetros de su cara. Mierda, esos piratas sí conocía. Esos piratas sí eran de esos crueles mares. -Song Mingi -soltó, atragantándose con las palabras. -Oh, bueno -dijo Mingi, arrodillándose a su lado. Wooyoung siguió con los ojos como su boca se torció en una sonrisa sádica, tan familiar que extrañaba-Wooyoung. Mi tesoro.
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