En una noche londinense del siglo XIX, el cielo oscuro se iluminaba con el espectáculo de los fuegos artificiales. Era el parque Cremorne, un lugar donde la gente se reunía para admirar el brillo dorado que rasgaba el cielo infinito. James Whistler, con su pincel y paleta, capturó esa magia en su obra "Nocturno en negro y oro: el cohete cayendo".