Es curioso, casi tragicómico, cómo Ratigan se evade de la sombra de la muerte que ronda su vida mientras golpea y manipula a su archirrival, Basil. Sin embargo, el absurdo radica en que es Basil, el astuto ratón detective, quien enmarca con tanto esmero una fotografía de su enemigo y acaricia su violín mientras lo contempla. Este odio obsesivo parece más un ritual que una simple enemistad. ¿Será un odio alimentado por algo más profundo? Por su parte, Ratigan clava agujas en un muñeco hecho a imagen de Basil, como un amante despechado que cuida de no destruir su juguete preferido del todo. Ambos se mueven en una danza de colisiones emocionales, donde la violencia y la atracción convergen en un juego perverso del gato y el ratón. Y es que mientras Basil busca encarcelar a Ratigan, este monstruo disfruta de la persecución, llevándolo a un destino que ambos saben que solo puede acabar en muerte. Basil lo sabe, Ratigan también, y sin embargo, el juego continúa. Un macabro ballet donde la victoria no es sobrevivir, sino ser el último en caer. La muerte, esa joven descalza de piel pálida, vigila desde las sombras como una niña traviesa que observa con impaciencia, acompañada por Até, la diosa de la ruina. ¿Qué es lo que realmente mira en este juego absurdo entre un ratón y una rata? Basil y Ratigan parecen no temerle, más bien la invitan con cada paso hacia la destrucción. Sus corazones laten al compás de la adrenalina, como si estuvieran condenados a disfrutar de ese desprecio que los define. Pero, ¿es desprecio realmente? O quizá, algo más profundo, más retorcido. Ambos saben que este ballet no tiene otro final que el de una danza con la muerte. Ratigan disfruta de su papel de depredador, y Basil, aunque lo niegue, sigue cautivado por la caza. La ironía es que ninguno busca sobrevivir; su victoria no es más que la satisfacción de ser el último en caer en ese destino inevitable que ambos se esfuerzan tanto en desafiar.All Rights Reserved
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