Cada noche la misma acción: hombre llevando una silla amarilla desvencijada por el paso del tiempo, sin más descripción que esa, se sienta y simplemente empieza su diaria labor, la de contar estrellas, cuadrante por cuadrante. Vaya uno a saber cuál es el mapa que lleva en mente ese meticuloso ser, la cuestión es que hasta tiene método su locura, dirán algunos incrédulos.
Las tres del medio no tenían nombres, solo marcaba cada noche su posición y , en general, no había grandes cambios. Esas tres del medio habían sido dejadas de lado, como cuando uno conoce a las Tres Marías y pasa a otro tema. Tanto trabajo y no tenía intenciones de publicar hallazgos, era su íntimo placer y privado de la opinión de nadie más.
Tal día, elevó su vista y, las que eran tres claras puntas de un isósceles, claramente dejaron de serlo. Además esa ausencia no parecía nada real. Sabemos por experiencia que los contadores de estrellas no miden las consecuencias. Todo se convierte en las fatídicas leyes de Murphy para ellos. Ceguera, temblor, sudor frío, balbuceo, paro y al piso.
No se sabe a ciencia cierta cuántos días habrá estado en coma, pero sí recordamos que cuando despertó, lo hizo solo para esperar a que oscurezca obligando que alguien lo sacara al patio a contar estrellas y morir mirando el cielo en su vieja silla amarilla.