Milenka miró el reloj de pared por décima vez en la última hora. Las manecillas se movían con una lentitud tortuosa, como si el tiempo se conspirara para hacer más dolorosa su respuesta. Abby, con sus ojos brillantes y su sonrisa inocente, le había confesado sus sentimientos, despertando un torbellino de emociones en su corazón.