Con esos aires de superioridad y esa actitud presuntuosa, Iván se desliza por la vida como si el mundo entero estuviera a sus pies, confiado en que todo le pertenece. Su padre, con bolsillos llenos de dinero manchado de sangre, le ha enseñado que el poder se mide en billetes, y que el respeto se compra con miedo. Iván no tiene reparos en exhibir su fortuna, en pasear su ostentación como si ser el fuera la última moda. Las mujeres caen, una tras otra, embelesadas ante el brillo de su mundo. Y no puedo culparlas. El lujo envuelve a Iván con una atracción magnética, casi hipnótica. Pero hay algo más, algo mucho más oscuro detrás de esa fachada... una línea invisible entre la fascinación y el peligro. Es fácil dejarse llevar por la ilusión, pero en algún punto, la contemplación se topa con la amenaza real. Yo siempre lo supe: Iván es peligro. No uno cualquiera, sino uno que se desliza bajo la piel, que te tienta, te envuelve, y aunque luches por escapar, no puedes. Es el tipo de peligro que te llama, te seduce hasta que, sin darte cuenta, ya estás atrapada. Pensé que era yo la curiosa, la que se acercaba para explorar ese mundo que tanto me atraía. Pero me equivoqué. Pronto descubrí que no era yo la que estaba observando... era la presa. Y él, el depredador. Intenté racionalizar esa atracción, convencerme de que no debía acercarme más. Pero a veces, el peligro tiene un sabor tan dulce, tan irresistible, que no puedes evitarlo...
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