Eva llegó al convento con la esperanza de consagrarse completamente, de dejar atrás la incertidumbre de la novicia y abrazar la vida religiosa. Tenía solo 18 años, pero sus pasos eran firmes, sus oraciones intensas. Sin embargo, cada día en aquellos muros silenciosos parecía despertar en ella algo nuevo, algo inexplicable... algo que se encendía cada vez que sentía la mirada del padre Charlie sobre ella. Él, con una devoción imperturbable y una voz suave como el susurro de la fe, parecía estar siempre cerca, buscando cruzar miradas, haciendo que cada sermón y cada palabra estuvieran teñidos de una atención especial hacia ella. .