Los gemelos rubios, con aspecto de ángeles. Pero con una maldad que desafía toda creencia. Dicen que el diablo no necesariamente tiene que ser feo, que puede ser tan hermoso que te deslumbra. Ellos no eran el diablo, pero compartían muchas de sus cualidades. Eran ángeles caídos, desterrados del mismo cielo que una vez los vio brillar con esplendor, o al menos eso se creía, pues su belleza extraordinaria no dejaba lugar a otras interpretaciones. Una apariencia casi divina que enmascaraba una corrupción profunda.Los ángeles caídos simbolizan la rebelión, la caída del orgullo y la tentación del conocimiento prohibido. Representan el conflicto eterno entre el libre albedrío y el destino, la lucha incansable entre la luz y la oscuridad, y la redención que, aunque deseada, parece siempre inalcanzable. Para Kendric y Dalton, esa redención no era más que un espejismo, un eco distante de algo que ya no les pertenecía.
El castigo por su soberbia no fue solo la pérdida de sus alas, sino algo mucho más cruel: una sed insaciable. Porque, a veces, los ángeles caídos también podían convertirse en vampiros, condenados a una existencia en la que, en lugar de volar, debían arrastrarse en la penumbra, alimentándose del mismo tipo de vida que antes protegían.
Eran depredadores de almas, capaces de deslumbrar y hechizar con una simple mirada, llevando a sus víctimas a la perdición con una sonrisa. Aquellos que sucumbían a su encanto rara vez se percataban de la oscuridad que los envolvía hasta que ya era demasiado tarde. Kendric y Dalton se movían entre los mortales con la gracia de quienes una vez fueron celestiales, pero con la crueldad de quienes han olvidado la compasión. Dondequiera que iban, dejaban un rastro de caos y dolor, como un recordatorio de su presencia, de su poder. Para ellos, el sufrimiento no era un medio, sino un fin en sí mismo, una forma de recordarles a todos que incluso la más pura de las luces puede corromperse, que incluso losAll Rights Reserved