Todo ser vivo tiene un punto de quiebre, un instante crucial en el que la esencia cambia de forma irreversible. Es el momento en que alguien se transforma en una versión desconocida de sí mismo. El débil contraataca, y de la fragilidad surge la fuerza. No es una evolución hacia lo mejor, sino una revelación de lo oculto, de aquello que siempre estuvo latente, esperando salir. Pero ese cambio no es sinónimo de superación, no siempre te eleva. A veces, te convierte en lo que más temías. No en una mejor versión de ti, sino en algo que jamás habrías deseado ser. Es entonces cuando te enfrentas al monstruo que siempre habitó dentro de ti, al ser que evitaste reconocer y que, finalmente, has dejado salir.