El primer timbrazo del teléfono siempre suena como un grito. Como un grito desesperado de auxilio; como el grito de alguien que en algún lugar está pidiendo desesperadamente una ambulancia. Como el grito cliché de las señoras de las películas en blanco y negro. Como el grito de la señora a la que he visto cientos de veces en sueños, al encontrar a aquel hombre tirado en las escaleras de su casa, y a su hija mirándolo impasible, mientras sostenía el cuchillo en la mano derecha, y su oso de peluche en la izquierda.
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