El viento frío del otoño acariciaba las hojas color dorado que caían de los árboles y que se amontonaban en las aceras, mientras que el sol, ya cansado, pintaba de tonos naranjas las fachadas de aquellos edificios viejos y algunos nuevos. Las calles, impregnadas de la fragancia de esas castañas al fuego que nunca pueden faltar en tiempos como estos, al igual que el murmullo de los transeúntes que apresuraban su paso para escapar del inminente anochecer. En una esquina de aquella bella ciudad, donde el arte se mezclaba con el bullicio cotidiano, dos mundos estaban apunto de colisionar, dando así vida a una nueva historia. Ambas desconocían que sus vidas estaban destinadas a encontrarse, a entrelazarse de maneras que ni los pinceles ni las palabras podrían describir. Amelia, con su mirada profunda y sus manos manchadas de pintura y Lara,con su voz melodiosa y sus ojos llenos de sueño, eran dos almas destinadas a ser más que simples protagonistas de una historia, de su propia historia. En un cruce de caminos, entre bocetos y escenarios, entre lienzos y guiones, la vida comenzaba a esbozar un nuevo capítulo, uno en el que el amor desafiaría las normas y donde los colores y las palabras se unirían para crear una obra maestra única e irrepetible.