En una noche oscura y tormentosa de Halloween, el bosque estaba cubierto por una espesa niebla, y el viento aullaba entre los árboles, como si los mismos espíritus estuvieran inquietos. Kirishima, con su cabello rojo tan brillante como su capa, avanzaba decidido por el sinuoso sendero que llevaba a la casa de su abuela. Sin embargo, esta no era una visita ordinaria. Había algo más en el aire esa noche... una energía misteriosa, peligrosa y, sobre todo, extrañamente tentadora. -Tsk, ¿por qué demonios siempre termino yo en estas situaciones? -se quejó Bakugo desde la sombra de un árbol cercano. Como siempre, estaba de mal humor, y con razón. Desde la última luna llena, algo extraño había comenzado a sucederle. Sentía su cuerpo vibrar con una fuerza desconocida, sus sentidos más agudos que nunca, y lo peor de todo... no podía dejar de fijarse en Kirishima. El aire se cargaba de tensión con cada paso que daban, pero Kirishima, con su sonrisa confiada, no mostraba ni un ápice de preocupación. Él no era una inocente Caperucita Roja como en el cuento clásico. No, Kirishima sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Y estaba listo para enfrentar al lobo feroz.