Peter Parker no conocía otra vida. Desde que era un niño, la Liga de los Asesinos lo moldeó en carne y mente, tallando en su ser una única verdad: él era un arma, y su propósito era cumplir órdenes sin cuestionar. La duda era una cosa que no se le permitía sentir. Los sentimientos, una debilidad que se erradicaba con el filo de una espada. Así había sido siempre bajo la mirada severa de Ra's Al Ghul.
No había espacio para el error. Ni para la emoción.
Cuando le asignaron entrenar al heredero de la Liga, Peter aceptó la misión sin duudar. Damian Al Ghul, un niño nacido de la sangre de Talia y Batman destinado a liderar un imperio. Peter lo veía como una extensión de su propia función, un ser que debía perfeccionarse bajo su cuidado para cumplir el mismo rol que él: obedecer. Damian tenía que convertirse en un guerrero poderoso y invencible.
Pero algo extraño sucedió.
Con cada golpe que enseñaba, con cada lección sobre control y estrategia, Peter no veía el heredero de la Liga. En Damian, veía un niño atrapado, quebrado por las expectativas de una familia que lo veía como una herramienta más. Y lentamente, sin quererlo, Peter comenzó a preocuparse. Un sentimiento que no conocía, y que lo aterraba.
Las órdenes de la Liga estaban claras. Damian debía convertirse en un lider perfecto. Sin embargo, cuando Peter miraba a Damian, no veía un líder en formación, sino a un niño que necesitaba ser salvado.
La duda se apoderó de él.
Y en la duda, encontró su verdadera humanidad.
Luego de mucho tiempo, Peter tomó una decisión que nunca pensó que haría: traicionar a la Liga. Damian no debía seguir los pasos de su abuelo ni convertirse en el arma que todos esperaban.
Llevaría a Damián con su padre.