Un Rey encantador, así era como lo llamaban en el reino. Su apariencia impoluta y sonrisa deslumbrante cegaba a cualquiera que mirara en su dirección, el semblante imperturbable al estar en una multitud de personas gritando por su nombre. Era el Rey encantador. Solo una simple máscara para sus súbditos. La suciedad, el hambre y la soledad eran algo a lo que ya se había acostumbrado, y hurgar en la basura del palacio para lograr encontrar restos de pan se había vuelto un hábito. El heno en los establos eran su colchón y almohada, los caballos relinchando su alarma para despertar. Una encrucijada, así era su vida, algo imposible, complicado, no aceptado. ¿Un forastero y un rey? No, eso nunca pasaría.