A sus treinta y cinco años, adinerada, elegante y bondadosa, ella solía conocer y salir hombres, pero ninguno lograba llenarla con la misma intensidad que su exnovio de la adolescencia, Andrew, quien había fallecido trágicamente. Su recuerdo la perseguía, y aunque intentaba seguir adelante, siempre había un vacío en su corazón.
O al menos, eso creía. Un día, sin saberlo, acompañó a sus amigas a un lugar clandestino donde subastaban personas: niños, hombres y mujeres. El ambiente era oscuro y opresivo, y el murmullo de las pujas resonaba en sus oídos. Después de un rato, estaba a punto de irse, ya que se empezaba a sentir asqueada y perturbada en un lugar así. Pero entonces lo vio: un chico llamado Leon, dentro de una jaula, de aproximadamente veinte años, asustado y visiblemente dañado, que estaba siendo subastado.
Era idéntico a Andrew. Su corazón dio un vuelco y, por un momento, el tiempo pareció detenerse. No podía apartar la vista de él. ¿Cómo era posible? ¿Podría ser una coincidencia o había algo más detrás de esa semejanza? La necesidad de saber más y de proteger a ese joven la invadió, y sin pensarlo dos veces, decidió intervenir en la subasta.