Tras la muerte de mi madre solo las lágrimas y el dolor corrían por mis venas, la única razón por la que valía la pena mi existencia, eran mis hermanos y la promesa que mi madre nos hizo jurar antes de fallecer. "Prometerme, que seréis personas que ante todo, tendrán respeto por los demás, nunca dependeréis de nadie, estudiar, hacerlo todo con amor, así vuestro corazón siempre estará en paz y agradecido" sus palabras temblorosas llegaron a lo más profundo de mi ser, destrozandome, sabia que estaba despidiendose de nosotros. Así fue como durante cinco años estuve encerrada en mi cueva manteniendo el duelo, estudiando, trabando y luchando por conseguir lo que para mi madre era tan importante. Pero como no hay mal que cien años dure, aquella mañana el cosmos se puso de mi parte o quizás yo empece a cambiar, una pregunta martilleo a mi mente durante algún días ¿Por qué estar muerta sin morir? Fue entonces cuando supe que mi madre no querría verme triste, y decidí cambiar chip. Salir con mis amigas seria el primer paso, no estaría nada mal, era lo que hacía una chica normal de 21 años ¿No? Divertirse, claro que nadie me aviso, que conocería al amor de mi vida. Esa noche marcó mi futuro y la decisión más dura, elegir el amor o la promesa de mi madre.
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