Nuestros cuerpos se amaban, aunque nosotros nos odiáramos. Nos encontrábamos todas las semanas, pero casi nunca intercambiábamos palabra. Ambos sabíamos para lo que estábamos allí, y como si fuera una especie de ritual, pasábamos en silencio a la habitación, nos desnudábamos a nosotros mismos para evitar más contacto del estrictamente necesario y follábamos hasta que ambos quedábamos saciados. No había caricias. No había besos. Solo sexo. Nos necesitábamos mutuamente, y eso era algo que ambos habíamos asumido hacía tiempo.