Las heridas pueden ser lacerantes y escandalosas; la mía era ambas cosas, un eco de dolor que había marcado y corrompido mi piel. Sentía que no había nada por lo que luchar, nada que me empujara a seguir adelante. Ahogada en un lago oscuro, donde la valentía se pagaba con la muerte, y en donde la noche se volvía turbia y pesada. Sin embargo, en medio de esa desesperación, vislumbré un nuevo color celeste. Fue en esa tonalidad, luminosa y esperanzadora, donde nacieron las ocho razones de Noah.