Lunada Dominical.

Y yo me preguntaba en mil voces
con una hondura que ansía:
¿Qué fue para ese entonces
el murmullo de aquella caricia?
Al instante en que cantó mi fantasía:

No era la luna ni las centellas,
era el ocaso de sus cabellos,
radiantes y blancos destellos
que como galope de caballos,
iba derramando estrellas.

Como la flor en la piel de mujer
sus pétalos desgrana,
sus castaños pudieron florecer
en fértiles manos, pretendiendo recorrer
su belleza sudamericana.

Era un lustro de arco iris lluvioso
cuando su sonrisa se desdibujaba,
una vaga virtud que jugaba
a ser vista por el iris
de los ojos más hermosos.

¡No era su exacta fragancia
hilada por las manos del Señor
en bellos cantos de abundancia!
Era la hermandad de su elegancia
con voz de pajarillo y sus acentos de amor.

La silueta de su moreno encanto,
recóndita sed en que vivió la ternura
envuelta en una transparencia bruna,
fue movida por el lirio del espanto
que quemó una lágrima y dejó su manto.

La púrpura nocturna de las primaveras
encaminaron el último vuelo
de los robles, álamos y enredaderas,
al efluvio de sus pies en la ribera
donde nunca faltarán la luna y el consuelo.

Ha lucido sus hallazgos
de querencias encontradas
entre versos y presagios
y en una noche constelada,
una bella reina por los cielos heredada...

Sherlock Street
Burnaby, British Columbia. Canada