Entre notas y balones

Siena Carvajal siempre supo que su destino estaba lleno de retos. Desde pequeña, supo lo que era el sacrificio gracias a su padre, Dani Carvajal, quien le enseñó a amar el deporte y la disciplina. Sin embargo, Siena tenía un talento distinto: la música. A los cinco años, comenzó a tocar el piano y, poco después, se enamoró del canto. No pasó mucho tiempo antes de que sorprendiera a todos en casa y en la escuela con su voz.
Con tan solo diez años, Siena representó a España en Eurovisión Junior, donde ganó con una canción que hablaba sobre la perseverancia, el amor, y lo importante que era para ella su familia. Aquella victoria fue un antes y un después en su vida: Siena se convirtió en una pequeña estrella, pero siempre recordaba las palabras de su padre y de Dafne, su madrina de la vida, quien aunque no era su madre biológica, había sido el pilar femenino que necesitaba. Dafne la aconsejaba con sabiduría y dulzura, y Siena la quería como si fuera su propia madre.
Conforme crecía, Siena compaginaba su vida entre los estudios, la música y el mundo deportivo. Influenciada por su padre, decidió estudiar fisioterapia y se certificó también como entrenadora, siempre admirando la dedicación de Dani y queriendo estar cerca del fútbol de alguna forma. A pesar de sus giras y conciertos, Siena jamás abandonó la universidad; quería tener una carrera sólida que complementara su pasión por la música.
A los 16 años, Siena conoció a Pablo Martín Páez Gavira, mejor conocido como Gavi, un joven jugador con mucho carácter y talento en el FC Barcelona, rival de toda la vida del equipo de su padre, el Real Madrid. Sus caminos se cruzaron en una gala de premios deportivos, y aunque Dani al principio no estaba muy convencido de esa amistad, no podía negar la felicidad que veía en su hija cada vez que hablaba de aquel chico.