En un mundo donde los encuentros pueden parecer efímeros, a veces una mirada es suficiente para cambiar el rumbo de una vida. Para Frank y Catherine, ese momento se presentó en los pasillos de su escuela, donde una conexión silenciosa surgió entre ellos, como un destello en la penumbra. A los catorce años, sin poder entenderlo del todo, experimentaron una atracción que los unió en un instante fugaz: él la admiraba desde la distancia, cautivado por sus ojos azules y su calma envolvente, mientras ella se perdía en la imagen de sus lunares, una constelación solo visible para ella.
Sin embargo, la realidad los separó. Catherine, atrapada en una relación con Daniel, y Frank, sumido en su propia timidez, no pudieron cruzar esa barrera invisible. Cuando ella cambió de escuela, se llevaron consigo una parte del otro, un eco de lo que pudo ser.
Los años pasaron, pero la vida nunca olvidó aquel lazo inacabado. A los dieciséis, sus caminos volvieron a cruzarse, cargados de recuerdos y la promesa de lo que podría ser. Atrapados entre el pasado y el presente, se enfrentarán a la pregunta de si esta vez tendrán la oportunidad de explorar lo que quedó en suspenso.
Así comienza la historia de Frank y Catherine: un juego de miradas y silencios, un amor que desafía al tiempo, esperando, tal vez, una segunda oportunidad para florecer.
Las votaciones del año 2036 son algo que no me emociona, ya que los candidatos, a mi parecer, no valen la pena, en especial Alejandro Villanueva, aquel chico que se burlaba de mí por mi sobrepeso y al que ahuyenté cuando decidí defenderme. Mi encuentro con él y mi comentario imprudente en la fila para votar es el inicio de una propuesta que no puedo rechazar, así como tampoco puedo negar la profunda atracción y el inmenso deseo entre los dos.
De la noche a la mañana me he vuelto la futura dama y también he descubierto que soy la obsesión del presidente.