No dejes de escribir. La poesía me ha llevado a lugares que un día creí inhabitables, que pensé que no existían o estaban demasiado lejos para permitirme saborearlos. Escribir le dio sentido a cada gota de dolor, porque cuando sangra mi corazón, también sangran mis palabras. Acostumbrada estaba ya a permitirme escribir con tinta roja, con mi propia sangre, sobre las cartas de amor que nunca me atreví a enviar porque siempre tuve la certeza de que no serían leídas, y en caso de que lo fueran, no se le haría justicia a lo valioso que son los versos cuando la caligrafía viene directo desde la vena. Así tenía dos, tres, diez libros de sentimientos nunca liberados de sus páginas, de historias que nadie nunca conocerá, de pensamientos que podrían haber revolucionado la forma en que se comprende la poesía, pero estaban mejor así, en el fondo de una caja negra con un sello dorado. Lo relevante jamás fue hacerle saber a esas personas que dejaron sus aruñones sobre mi cuerpo lo que pensaba sobre ellos, o confesar que podría caer profundamente enamorada de una sonrisa perfecta, ni tampoco debía hacer conocedor a mis asesinos sobre lo mucho que les he deseado el karma, hasta mojar, hasta sangrar. Lo importante es no dejar de escribir porque lo que se queda dentro, un día explota, y termina quebrando todo a su paso. Así que escribe, no dejes de escribir. Quizá un día de estos, yo te lea. A quienes me leen, quienes me escuchan, quienes siempre tienen un momento para mí, a ustedes, gracias.
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