Él me había dado su confianza, su cariño, su corazón y yo sin pensarlo dos veces, lo había roto en mil pedazos. ¿Por qué? Aún no lo sé. Tal vez fue la curiosidad, tal vez solo era mi miedo a amar, a entregarme de verdad. Pero ahora todo eso daba igual. Lo único que importaba era enmendar mi error, sanar las heridas que yo mismo había provocado. Necesitaba que me perdonara, que volviera a mirarme como antes, con esos ojitos llenos de amor que yo tan ciegamente había ignorado. Porque sí, aún lo amaba. Aún era suyo, aunque él no lo supiera, aunque tal vez nunca pudiera volver a creer en mí. Y eso me dolía más de lo que jamás podría imaginar. Mis días se habían vuelto una constante espera de un mensaje, de una señal, de algo que me indicara que todavía había esperanza. Lo quería de vuelta con todo de mi ser. Quería sus sonrisas, sus abrazos, sus palabras. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que volviera a amarme.