Cualquier otro niño huérfano pensaría que tener el cabello y los rasgos de su padre lo harían la persona más afortunada del mundo. Después de todo, si bien no conocía a su padre, aún tenía la oportunidad de llevar un poco de él en sí mismo. Kieran no.
Había odiado su rostro desde que comprendió quién era su padre. Lo había odiado desde el momento en que notó cómo todos se volteaban a mirarlo, primero con miedo, preguntándose cómo podía verse tan joven, cómo podía estar allí, vivo..., para luego transformarse en disgusto, comprendiendo que no se encontraban ante Mortanov, sino ante su hijo, tan asquerosamente malvado como el padre.
Fue una guerra, él lo sabía. El mundo no se encontraba preparado para Mortanov. De hecho, él cree, nadie esperaba que sus ideales alcanzaran tal magnitud. Lo habían tomado como un chiste, estaba seguro. Las normas sobre la magia existían por una razón, y siempre había sido así. Las criaturas de la noche, los magos, los humanos: todos convivían, todo estaba en su lugar. Nadie se imaginó que una persona vendría a romperlo todo, mucho menos una persona como Mortanov.
Su gobierno duró más de diez años. Kieran nació meses después de que fuera derrocado por un grupo rebelde que supo enfrentarse a su tiranía. Su madre lo abandonó tan pronto nació. Aparentemente, había cumplido su labor. Pero Mortanov no estaba allí para criar a su maligno sucesor, por lo que el mundo mágico debatió durante meses la cuestión que más preocupaba a todos; ¿Qué hacer con un futuro villano? ¿Matarlo, desterrarlo?
No, aparentemente: ejercieron sobre él la peor de las torturas; lo dejaron con vida.