Él le había enseñado lo que era el amor. Ella por fin podía entender que sentido tenía este y como se sentía ser amada y correspondida. Él era su necesidad, era su todo, la había embrujado, la había atrapado, la había hechizado. Su mirada era adictiva, era una jodida droga y se perdían mutuamente al verse a los ojos. Eran el espejo del otro sin darse cuenta de ello hasta ahora. Para muchos, ellos dos eran similares, inexpresivos, serios, incluso fríos y calculadores. Pero en la comodidad de su casa, eran el amor más dulce y puro que jamás podrían haber imaginado.