Adrián era la prueba de que la vida siempre encuentra formas de sorprendernos, de regalarnos segundas oportunidades cuando menos las esperamos. Él no era un reemplazo, ni una sombra que buscara ocupar el lugar de Franco en el corazón de Elena; era una nueva luz, una posibilidad distinta, que le enseñaba que el amor no siempre se encuentra en el primer intento, y que los caminos inesperados a veces nos llevan a los destinos más bellos. Cada paso que daba la alejaba de la versión frágil e insegura que había sido en el pasado. Ahora era fuerte, decidida y llena de propósito. Con Adrián a su lado, no solo encontró una nueva oportunidad para amar, sino también el coraje para enfrentarse a un futuro lleno de desafíos. Elena estaba destinada a grandes cosas, y, por primera vez, lo sabía. No porque alguien se lo hubiera dicho, sino porque podía sentirlo. Con cada decisión que tomaba, con cada sonrisa que volvía a iluminar su rostro, con cada plan que construía para su hijo, estaba demostrando que su historia apenas comenzaba.
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