Cuando lo conocí, lo vi como a cualquier otro chico. Alegre, lleno de vida y con una risa contagiosa que parecía iluminar mi mundo. A sus 27 años, su juventud era tan evidente en su comportamiento que nunca pude imaginar que él ya había atravesado un dolor tan profundo. Para el mundo, él era solo un joven un tanto ingenuo, con una alegría que, aunque sincera, parecía esconder algo más.
Nunca me imaginé que detrás de esa inocencia se escondía un alma marcada por un pasado que no merecía vivir. Nunca pensé que la risa que tanto amaba podría ser el escudo de un corazón frágil, aún tratando de sanar las heridas de un padre que nunca entendió su ternura.
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Hace mucho tiempo me leí un libro que no recuerdo como se llama, solo recuerdo un para de cosas, y de ahí me inspire.