Isabel, se enfrentaba a un futuro que jamás eligió. Desde el momento en que supo que iba a casarse con Vladimir Vòlkov, gran líder de la Bratva, una mezcla de rabia y desafío la invadió. Ella lo veía como la encarnación de todo lo que detestaba en su vida: un hombre poderoso, implacable y frío. Su primer instinto fue luchar contra él, hacer que se cansara de su presencia y lo obligara a buscar un divorcio. Cada día se proponía provocarlo, desafiarlo. Sin embargo, en medio de esas confrontaciones, algo extraño comenzó a suceder.
Por su parte, Vladimir observaba a Isabel con una mezcla de irritación y fascinación. Su resistencia a someterse a su voluntad lo desconcertaba. Nunca había tenido que lidiar con alguien que lo desafiara de una forma tan intensa y abierta. Intentaba mantener su distancia emocional, convencido de que lo mejor era no dejarse atrapar en un enredo de sentimientos. Pero la chispa de su rebeldía lo desarmaba. Con cada palabra de desafío que ella le lanzaba, se preguntaba si había algo más allá de su actitud provocativa.
En el fondo, su odio se fue transformando en una inexplicable atracción. Sus burlas se convirtieron en un baile de poder y deseo, donde cada roce, cada mirada significativa prometía más de lo que pretendían.