Hace años, un ser llegó del cielo. No como un hombre, pero sí con su apariencia humana. Tan perfecto, tan... limpio. Un chico joven, de piel blanca, que levantaba su mano al cielo como si invocara una divinidad, como si creyera que los cielos le debían algo. Y la gente lo creyó, lo adoró, lo vio como el héroe de todos. La ciudad entera a sus pies, sin saber que él no era lo que aparentaba. Nadie sabía, ni siquiera él, lo que realmente significaba ser un héroe.
Yo, que había estado allí, observando en las sombras, sabía que no era más que una mentira. Nadie entendía lo que ese ser había costado. Ni él mismo lo sabía. La gente lo veía como una luz, pero yo veía un reflejo de todo lo que había perdido. ¿Qué sabía él de sacrificios? ¿Qué sabía de perder a alguien que amabas? Nada. No podía entender lo que me había arrebatado la vida. Y sin embargo, se les presentaba como el salvador.
El héroe de todos, lo llamaban. Pero yo veía más allá de su fachada, veía la vacuidad detrás de esos ojos brillantes que pretendían ser de esperanza. En su rostro solo veía el eco de una mentira que nadie se atrevería a cuestionar. El mundo entero lo adoraba, pero no sabían que él nunca podría salvarlos de lo que venía.
No tenía idea de lo que estaba a punto de desencadenarse.