Era un día gris, de esos en los que el viento parecía cortar la piel con su frialdad implacable. Ella, con las manos temblorosas por el frío, se apresuraba a entrar en la pequeña cafetería, buscando un refugio momentáneo de la helada. El café humeante sería su único consuelo en una jornada que no prometía más que monotonía. No esperaba nada más de ese día, sólo el alivio temporal que le brindaba una taza caliente entre los dedos. Sus pensamientos, como siempre, se deslizaban entre la rutina y la melancolía, pero ni un atisbo de esperanza parecía tener cabida en su corazón. Por otro lado, él, un hombre que prefería pasar desapercibido, estaba allí por una razón mucho menos trivial. Cubría el turno de su amigo en la librería de al lado, un favor que le había pedido la noche anterior, cuando el cansancio de la vida lo había dejado sin energías para cumplir con su propia jornada. El frío no le afectaba tanto; había aprendido a convivir con la sensación de vacío que lo acompañaba, como un segundo abrigo invisible que lo envolvía a donde quiera que iba. Y aunque no lo sabía, aquel día sería diferente. El destino, de una manera que ni él ni ella podrían prever, estaba a punto de tejer sus hilos de una forma irrevocable. Es curioso cómo a veces, cuando menos lo esperamos, la vida nos pone en el camino a alguien que cambiará nuestra forma de ver el mundo. Y así, en ese frío invernal, dos almas desoladas se cruzarían en un instante insignificante para los demás, pero que marcaría el comienzo de algo más grande de lo que ninguno podría haber imaginado.All Rights Reserved
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