Izan sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Su mirada se encontró brevemente con la de su madre, quien sonreía satisfecha, y luego buscó a Natalie entre los rostros familiares. Ella le sonrió con una confianza desbordante que le provocó un escalofrío. Pero en ese instante, su mente solo podía pensar en Aisha. Un torbellino de emociones lo invadió: rabia por ser tratado como un peón en un juego ajeno, tristeza por saber que su amor por Aisha era considerado un capricho sin valor frente a las expectativas familiares. En un acto impulsivo y desesperado, Izan se levantó. “¡No puedo! No puedo casarme con ella”, exclamó, sintiendo cómo todos los ojos se volvían hacia él. El silencio fue abrumador. Su madre frunció el ceño mientras su padre lo miraba con incredulidad. “¿Qué dices? ¿Acaso no comprendes tu deber?” preguntó su padre. “Entiendo mi deber”, respondió Izan con más valentía de la que sentía. “Pero mi corazón pertenece a otra persona”. Las palabras estaban cargadas de desafío y miedo a la vez. Sabía que había cruzado una línea peligrosa; el laberinto emocional en el que estaba atrapado comenzaba a desmoronarse ante sus propios ojos. Mientras los murmullos comenzaban nuevamente a llenar el salón Llunas, Izan sintió cómo las sombras del pasado lo acechaban. La vida tal como la conocía estaba cambiando para siempre. Y aunque sabía que el camino hacia Aisha estaría lleno de obstáculos e incertidumbres, no podía permitir que su destino fuera decidido por otros.