Madara Uchiha murió, pero su voluntad seguía latiendo, como una bomba a punto de estallar. De su sangre surgió un niño, un monstruo de tensión y furia, un recipiente hecho para cargar con el peso de un sueño apocalíptico: un mundo pacífico, construido sobre los cuerpos de los caídos. Ese niño, ese engendro de caos, tenía un nombre. Naruto
A los 12 años, ya era un ciclón de pensamientos retorcidos. El plan estaba trazado, perfecto, peligroso. La primera estación de su perverso destino: Konoha, esa aldea que, como una bestia dormida, no sabía lo que le esperaba
Pero el mundo no estaba listo para un niño tan consumiendo la paz con cada respiración. Akatsuki ya estaba en movimiento, como una serpiente envenenada retorciéndose por la tierra. Y al frente de todo estaba Obito Uchiha, un traidor con la sonrisa de un dios loco, que había destrozado el sueño de Madara y se había convertido en un nido de desesperación
Naruto sabía que nada sería fácil. La paz... la paz es lo más sucio de todo. Y aún así, iba a devorarla, aunque tuviera que romper todos los huesos del mundo para lograrlo