Marie Sainz Leclerc era un nombre que resonaba con fuerza en el mundo del automovilismo. A sus dieciocho años, la joven piloto no solo llevaba en sus venas la pasión por las carreras, sino también el legado de dos de los nombres más aclamados de la Fórmula 1: Carlos Sainz y Charles Leclerc. Como su hija adoptiva, Marie creció entre los motores, en los garajes, observando cómo sus padres construían una historia de éxitos y desafíos en la pista. Desde pequeña, sabía que las carreras eran su destino, y en cada giro de los monoplazas rojos de Ferrari, imaginaba el día en que ella también estaría allí. Pero no todo giró entorno a las carreras, Marie guarda en su corazón una colección de recuerdos, aquellos en los que Charles y Carlos, con su amor infinito, le enseñaron que ser fuerte no significaba estar sola. A través de sus enseñanzas, Marie aprendió que el verdadero poder radica en la conexión con quienes te aman y te apoyan, y que, aunque las carreras de la vida sean difíciles, siempre hay un hogar al que regresar.